ESPERANDO (relato corto contra la violencia de género)

      Los ruidosos cascos de la persona de la limpieza impregnaron la habitación con la canción favorita de un hombre que esperaba sentado. A su lado, muy cerca, estaba una mujer que no podía centrarse en nada más que el potente olor al cítrico producto que emanaba la fregona del carrito en uso. Cuando la sala quedó vacía, las bocas siguieron cerradas por un buen rato, pero el aire se destensó un poco al volver a estar a solas.

      No parecía que nadie fuera abrir la puerta de la consulta del médico, por lo que el hombre, que empezaba a enfadarse, comentó a su esposa que deberían pagarles por esperar, que al parecer ese podría ser su nuevo oficio. La mujer no respondió nada a su marido porque no tenía el permiso para hacerlo, su único oficio desde hacía mucho tiempo había sido el de esperar callada a algo mejor; no era un trabajo satisfactorio, pero ella, a veces, lograba creerse que era mejor que estar en el paro. En la salita, por consiguiente, la pareja se dedicó a seguir esperando.

      Con dieciseis semanas de embarazo, había llegado la hora de saber el sexo del bebé – el hombre se moría de ganas de saberlo mientras que su mujer se moría despacio, simplemente. Ella no amaba a su marido. Él no la amaba tampoco, sino al poder. Ellos no eran primerizos; tenían a una niña de un año esperando en casa con la niñera y un corte en la mejilla.

      En su tarea de esperar, la pareja aguardaba cosas muy distintas. El hombre ansiaba un niño con el que poder jugar al fútbol (o a cualquier otro deporte masculino), al que regalar videojuegos en su cumpleaños y que de mayor trabajara en su empresa. La mujer esperaba algo distinto. Ante la imposibilidad de la no-concepción, deseaba que, de ser un niño, no fuera como su padre. Por otra parte, de ser otra niña, ansiaba que, siguiendo el ejemplo de su hermana, fuera lo suficientemente tonta como para no darse cuenta de que donde viviría no podría jugar al fútbol (ni al baloncesto, ni al rugby), ni recibir videojuegos en su cumpleaños, ni trabajar de mayor en la empresa de su padre.

      Tras estos pensamientos, un silencioso miedo los sobrecogió, otra vez por motivos distintos. “¿Y si es una niña?”, pensó el hombre. Ensimismado en su deseo, nunca antes esta posibilidad había llegado a su cabeza, pero si a una se le puede sacar provecho en caso de necesitarlo, ¿por qué no a dos?, reflexionó. Era imposible para la mujer saber con exactitud lo que se le pasaba por la cabeza a su marido, pero los pelos del brazo se le pusieron de punta igualmente. Sintió miedo por sus bebés, y un poco por ella misma, porque ahora eran – y serían – propiedad privada. Temía que él rompiera a sus retoños con la intención de terminar de romperla a ella, por eso trabajaba en el silencio.

      La puerta abriéndose sobresaltó a la pareja, que entró a paso acelerado a la consulta a pesar de que no tenían nada que hacer después. Tras el ultrasonido, los ojos del hombre y los de su mujer segregarían lágrimas con significados distintos.

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